Aprovechando las celebraciones
del día de muertos, le dedicare el post a aquellos que ya no están con nosotros
en cuerpo, pero que aún perduran como un recuerdo que a veces nos acompaña en
nuestros momentos más lúgubres. El día de muertos es una tradición muy mexicana
–si bien se celebra en toda américa latina, su origen no es el mismo- que ya se
celebraba desde antes de la llegada de los españoles al continente, la raíz
exacta de la festividad se ha perdido con el paso del tiempo, pues era una
celebración de un mes completo, más o menos todo agosto de acuerdo a nuestro
calendario actual; su fin era recordar a los muertos, no con pena, sino
remembrarlos, pues su destino estaba determinado por su forma de morir, ya que
para los antiguos pueblos mesoamericanos la muerte no era absoluta, sólo era un
paso que dar. Esta es una celebración que se diferencia del Halloween, cuyo
propósito era asustar y se basaba en la existencia de seres sobrenaturales que
atormentaban al pueblo… es por eso que el mexicano no ve la muerte como el fin,
ni como algo malo, la hemos adoptado como parte de nuestra vida cotidiana, la
hemos vestido de Catrina y no nos
causa temor, es nuestra vieja compañera de aventuras... sin más contexto, los
dejo continuar al post.
El
día que partiste siempre quedará marcado en mi vida, no porque ya no estés
aquí, conmigo, pues siempre te llevare dentro de mí, sino porque olvidaste algo
muy importante; en ese momento no lo supe, de hecho no podía ver más allá del
dolor que sentía.
Cuando supe
que el final era inevitable, que ya no tendría más para abrazarte y sentirte,
que ya no tendríamos más esas charlas de las que tanto aprendí, que todos esos
recuerdos de épocas pasadas ya habían quedado atrás y que era lo único que
tendría, en ese momento un frio me invadió; en ese momento preciso un pedazo de
mi alma se fue contigo, de mi ser sólo quedaron restos rotos que no pude más
que arrastrar.
En
mis adentros lo negaba, no podía creer que ya no estarías a mi lado; en mi
interior esperaba que esto sólo fuera una terrible pesadilla de la cual
despertar, que tal vez fuera una broma del destino y que al día siguiente
estuvieras ya en casa… mi esperanza fue vana cuando por fin te vi, ya fría
dentro de aquel féretro; la realidad me golpeo con tal fuerza que casi caigo.
MI cuerpo no me respondía, no podía moverme, no podía llorar y no podía dejar
de verte ahí, inerte.
Con
forme el tiempo pasaba, más y más gente llegaba, susurros y sollozos, lamentos
y lágrimas por doquier, pero yo aún no podía responder. Me quede en un rincón
tratando de volver a mí; y no fue sino hasta muy entrada la noche que pude
reaccionar. Primero me llego el trago amargo de saberme sólo, rodeado de todos
los que te amábamos, pero más solo que nunca. Nadie en este mundo podría
comprender cuanto te amaba.
Mi
más grande recuerdo no eran aquellas noches de navidad, no eran aquellos
regalos que me diste, no eran tampoco aquellas veces que me consolaste cuando
estaba triste, no; mi más valiosa posesión era el último abrazo que me diste… y
es que nadie comprendía lo que era ser abrazado por ti. Era algo mágico, cuando
me encontraba rodeado por ti… era el lugar más seguro del mundo, el más
tranquilo y pacífico, cuando me
abrazabas podía acabarse el mundo y no importaba, estaba a tu lado.
Las
horas pasaban y me sentía muy incómodo, no había palabras suficientes para
calmar mi dolor, mis lágrimas no lograban sofocar las llamas de la ira. Si,
estaba molesto; estaba enfadado y lleno de furia, no contra ti, sino contra la
vida, el destino y la muerte, porque me arrebataron a ese ser que yo no estaba
dispuesto a perder. Quería gritar, salir corriendo de ese lugar; pero no podía,
mi voluntad estaba totalmente quebrada. No tuve más remedio que permanecer ahí,
recordando esos momentos en los que estabas junto a mí y fui feliz.
Ya
por la mañana a mi mente llegaron aquellas lecciones que me transmitiste,
recordaba lo que me enseñabas de pequeño, hasta las últimas veces que te vi;
desde las simples hasta lo más complejo, tu siempre tenías algo que decir, y
todos siempre aprendíamos algo nuevo contigo. Fue entonces cuando recordé que
no me enseñaste algo muy importante, olvidaste darme esa última lección… ¿Qué
hago ahora que ya no estas, cómo puedo vivir ahora que me has abandonado?
Mi
mente daba vueltas y vueltas buscando una respuesta, pero no la había. Y es que
eso era algo impensable, porque tú tenías que estar siempre ahí, no importaba
la edad que tuviéramos, tú siempre deberías estar con nosotros pero, la vida
nos arrebató ese deseo. Ya por la tarde y con lo que quedaba de ti en una urna;
entre a la casa, instintivamente te busque en la sala esperando que estuvieras
viendo la TV, tal vez en la cocina preparando esos ricos platillos que nos
llenaban hasta el alma, o posiblemente en tu habitación descansando después de
un largo día, pero no; mi búsqueda fue un fracaso, no estabas ahí. Estabas en
esa pequeña cajita. Mi alma volvió a romperse en mil pedazos cuando me di
cuenta que eso era todo lo que me quedaba de ti.
Tiempo
ha pasado ya desde que no estas, mi ser poco a poco se ha reconstruido, pero mi
voluntad aun es débil; mi alma ya no sufre por ti, pero te anhela más que
nunca. Sigo extrañando tu risa, tu voz, tu olor, tu comida y tu compañía, pero
lo que más deseo en este mundo es estar de nuevo entre tus brazos. Nunca nadie
podrá llenar ese espacio que dejaste, si bien hoy tengo un pequeño pedazo de
cielo a mi lado, un pequeño ángel que me cuida y yo a él; también sé que
hiciste que una gran mujer –a pesar de la distancia- se cruzara en mi camino,
aun no sé si nuestro destino es recorrerlo juntos, pero al menos tengo la
certeza que me acompañara en mis noches más oscuras; pero eso no responde mi
pregunta ¿qué hago cuando tú no estás? Probablemente nunca lo sepa.
A mi Marikita, donde estés quiero que sepas que me haces falta más que
nunca, que daría lo que fuera por estar entre tus brazos de nuevo aunque sea un
breve instante. Jamás te olvidare y espero el día para estar juntos de nuevo.